2. Mensajes, sabores y abrazos sobre fondo gris (22-12-2022)
Desperté aquella mañana del 22 de diciembre tremendamente triste y rendido, con una terrible sensación que calaba mis huesos de desasosiego mortal y de cansancio extremo tras una muy mala noche. Tal era la angustia, que me sentía como un escolar intentando hacer lo posible por no levantarse e ir a la escuela un día más, como negociando con el diablo cualquier alternativa válida para librarme de trabajar, incluida la loca idea de que me cayese una de aquellas bombas encima. Finalmente pude incorporarme a tiempo, pues habíamos quedado con Alexei a las 10:30 de la mañana y, una vez reunidos, partimos hacia una iglesia católica que pensábamos visitar. Aunque lo que más recuerdo de aquel momento fue la obra de Banksy que pude observar desde el coche, durante el camino, plasmada sobre un check point en la plaza Maidan, en Kiev, y del todo adecuada para un escenario como en el que nos encontrábamos, cargado de potentes grises y de pura protesta social.
Así, con el estómago bastante agradecido, nos dirigimos hacia una sede de Correos en la que pensábamos comprar unos sellos de edición especial que había emitido Ucrania con motivo de la guerra, momento en el que mi móvil empezó a sonar con noticias de Ane. Eran mensajes en los que hablaba de darme una nueva oportunidad tras momentos complicados entre nosotros, y la simple noticia de saber que quería seguir adelante con lo nuestro hizo que rompiese a llorar como un niño, parando apenas un poco para poder respirar. Al verme, muchas personas tuvieron el detalle de acercarse para interesarse por mí y consolarme un poco, pero de todas ellas la que más me marcó fue la de una pequeña niña, de unos 7 u 8 años, que muy decidida y en un perfecto español me dijo: «¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?». Y dándome un afectuoso abrazo se despidió, susurrándome al oído: «Tranquilo, no llores más, porque venceremos seguro». Ya de noche, sobre mi cama, todos los momentos del día acudían en tromba a mi cabeza mientras intentaba dormir. La fuerza inconmensurable de los ucranianos me tenía fascinado, al igual que el recuerdo de Ane, con el que al final logré cerrar los ojos.
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